Los castros solían situarse en lugares característicos del paisaje, espacios donde la propia naturaleza proporcionaba por sí misma grandes facilidades defensivas. También se construían cerca de las tierras cultivadas, para dominarlas visualmente desde el pueblo.
Una de sus grandes características es que estaban rodeados de murallas y otros sistemas defensivos, aunque se descarta que tuviesen una necesidad de defensa, sino más bien de protección arquitectónica.
Aunque existe poca o ninguna documentación extensa sobre ellos, son un recurso fundamental para imaginar cómo vivían y se agrupaban nuestros antepasados sobre el territorio.
En Ares, cinco pequeños restos de castros sintetizan la pegada prerrománica a lo largo de sus distintas parroquias.